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miércoles, 22 de octubre de 2014

La Tilica: Fêter la mort devient un Carnaval



Au début de Novembre, le deuil et le souvenir se butent à la fête, à la préparation des autels, à la visite au cimetière, aux boissons, à la musique, à la nourriture et aux jouets. Ces jours-ci la mort est transformée; elle est respectée, mais il fait aussi lui faire des blagues, vous y serez confronté et peut être jugé.

La Mort n'a plus une image menaçante, mais quelque chose avec laquelle nous les Mexicains nous nous permettons des familiarités, c'est en cette date que fêter la mort devient un Carnaval.

Dans le langage populaire, la mort a beaucoup de noms comme: «la Huesuda», «la Pálida», «la Tilica», «la Parca» entre autres.

Le jour des morts est le moment où la Mort peut se promener parmi nous, en nous faisant sentir sa présence chaleureuse. Culte populaire, la célébration nous emmène de la méditation à la prière et jusqu’à la fête, et c’est en cette dernière que Sa Majesté la Mort coexiste alegrement avec les Mexicains.


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En los primeros días de noviembre el duelo y el recuerdo se empatan con el festín, con la preparación de altares, la visita al panteón, la bebida, la música, la comida y los juguetes. En estos días la muerte se transforma; se le respeta pero también se le hace broma, se le enfrenta y hasta se le puede enjuiciar.

Por si fuera poco en el lenguaje popular la Muerte tiene muchos nombre y nos referimos a ella como: “la Huesuda”, “la Pálida”, “la Tilica”, “la Parca”, entre otros.

Los Días de Muertos es tiempo para que la muerte y los muertos deambulen entre nosotros, haciéndonos sentir su cálida presencia. Como culto popular, esta celebración nos lleva desde el recogimiento y la oración hasta la fiesta, y es esta última en la que su majestad la Muerte convive alegremente con los mexicanos.





"LA ALEGRÍA DE LA MUERTE. Par EDILBERTO RÍOS".

domingo, 19 de octubre de 2014

La Tilica: Video Promotionnel



Los Viejha présente :Spectacle « La Tilica »Célébration de la vie et la mort avec de la musique, de la poésie et de la danse.



Merci: Adelaida Pardo

lunes, 29 de septiembre de 2014

Día de Muertos, Día de Vivos

¿A dónde iremos
 donde la muerte no existe?
¿Mas, por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre
Aun los príncipes a morir vinieron
hay incineramiento de gente.
Aquí nadie vivirá para siempre.
Netzahualcóyotl
(Texcoco 1402-1472)

               Dos de noviembre es la fecha en que al “Todos los Santos” europeo, lo llamamos en México, “Día de los muertos”, ya para la segunda quincena de octubre, podemos encontrar en los mercados de las ciudades y pueblos del país: la fruta. el papel cortado, los copaleros (incensarios), el copal (incienso),  los candeleros de barro, el pan de muertos, las calaveras hechas de azúcar, las velas de cera de abeja, los dulces en forma de animalitos o frutas hechos de una pasta de pepitas de calabaza y las cempazúchil o cempoaxóchitl esas extrañamente olorosas “flores de muerto”,  en fin toda esa serie de alimentos, decoraciones y objetos rituales, que son necesarios para poner la ofrenda casera, la ofrenda comunitaria, en los museos o simplemente para adornar las vitrinas de algunas casas de arte popular mexicano.
                 La muerte, la celebramos en México por herencia cultural, a veces no reconocida más que por el estudiosos de las tradición o por el pueblo que guarda la memoria ancestral, por tradición oral e imitativa, esa memoria que nos dicta que flores escoger para la ofrenda y que comida y bebida debemos presentar a nuestros “muertitos”. Esa memoria que se encuentra en el pueblo mexicano que reconoce sus raíces indígenas.
                Como todo acto ritual en Mesoamérica, es muy importante el simbolismo del color en los objetos ofrendados, todo de acuerdo a la percepción del “Universo que es como una isla inmensa dividida horizontalmente en cuatro grandes cuadrantes o rumbos. Cada cuadrante implica un enjambre de símbolos. Lo que llamas oriente es la región de la luz, de la fertilidad y la vida, simbolizados por el color blanco. El norte es el cuadrante negro donde quedaron  sepultados los muertos. En el poniente está la casa de del sol, el país del color rojo. Finalmente el sur es la región de las sementeras, el rumbo de color azul” (León Portilla Miguel).

Estos rumbos y colores forman el equilibrio cósmico de nuestros antepasados, el Nahui Ollin (equilibrio) da vida a Ometeotl/Cihuateteotl, dualidad abuelo/abuela de los seres humanos precolombinos mexicanos, quienes son creados por la máxima autoridad cósmica Tloque Nahuaque, a quien elementos culturales Toltecas y Chichimecas lo designan como el dueño de lo cerca y lo junto “los rostros y  los corazones humanos, superación personal de la muerte y la posibilidad de decir palabras verdaderas en un mundo en que todo cambia y perece.
Dentro de este contexto, el pensamiento de Netzahualcóyotl, mejor que el de sus contemporáneos tlamatinimenes (sabios), habría de desarrollarse, guiado por su intuición, a formular una de las más hondas versiones de lo que hemos llamado Filosofía Náhuatl: dice el Tlamatini contemporáneo Don Miguel de León Portilla.
Las bases de nuestro  comportamiento anual están enraizadas en esto y parece ser un ejercicio de contemplación filosófica, ya que se podría decir que conquista, adoctrinación y occidentalización no llegaron a borrar el más hondo principio de origen cósmico de nuestro pueblo. Lo que sucedió fue la sincretización de símbolos religioso den los objetos rituales y la forma de renombrar la divinidad.  Así es que donde se encontraban imágenes de deidades antiguas en la ofrenda ahora se encuentra imágenes de santos católicos, y la virgen de Guadalupe, es Tonantzin (nuestra Madre) Diosa precristiana, La Cruz es en sí misma un Nahui Ollin. La religión, el pensamiento filosófico prevaleciente en México a la llegada del europeo era en sí el resultado de dos corrientes de tradición, los antiguos Chichimecas venidos del norte y la que se derivaba de la cultura Tolteca, con las enseñanzas y doctrinas atribuidas a Quetzalcóatl, que un poco más tarde iban a sincretizarse con el Cristianismo por tener líneas convergentes y reconciliables dentro de su mensaje infinito y abstracto de la divinidad misma, Tloque Nahuaque.
                La ofrenda es el vehículo para que todas las presencias celestiales antiguas lleguen y tomen su puesto para ser adoradas, recordadas y festejadas junto con nuestros propios muertos, aquellos a los cuales seguimos reconociendo, rostro y corazón latiente, en este día nuestros muertos adquieren categoría de deidades a las que tenemos que ofrendar, reverenciar, danzar, cantar, sahumarlos, darles libaciones, velarlos en el cementerio y hacerles reír con nuestro muy ligero sentido del humor. A los retratos vivos de los muertos en el altar, los acompañamos con calaveras de azúcar con nuestro nombre en la frente o sea el retrato del vivo-muerto con el deseo de compartir el gran honor que nuestros muertos reciben retrato sí, del vivo-muerto, pero en calidad de muerte dulce que nos permite así entrar en comunicación con aquellos que extrañamos.
                A la oportunidad de comunicación contestamos con lo mejor que tenemos: La comida de los muertos, favorita de los vivos es constante y deliciosa, los tamales, el mole, el dulce de calabaza, el chocolate, que junto con las velas el incienso son el vehículo de acceso a la familiarización con ese estado evolutivo que nos espera en momento preciso, no la muerte temida, si no la muerte continuidad de existencia y sentido de infinitud personal que el Dador de la vida de nuestros ancestros nos hace recordar el día dos de noviembre de cada año.
                Feliz día de muertos.                                   
                                                                                Cristina “Chaneque” Boiles
 Montreal